Este verano, entre otras experiencias, recorrí un trozo del Camino de Santiago aragonés en compañía de una francesa y un alemán con los que nos desviamos para conocer el Monasterio de San Juan de la Peña. Desviarse andando no es tan fácil ni rápido como hacerlo en coche, pero no teníamos prisa por llegar a ningún sitio, estábamos disfrutando del camino.
Las opciones para pernoctar en San Juan de la Peña son escasas y no muy baratas, y hay una dura subida de piedra desde el pueblo al que se llega tras el desvío (Sta. Cruz de la Serós) hasta San Juan de la Peña. La llegada a este pueblo, y cómo se condujo todo después, me hizo pensar en cómo la Innovación puede determinar la realidad actual y el futuro de algunos de los pueblos (no de todos) que se están abandonando por despoblación en diferentes zonas de España.
Sta. Cruz de la Serós es un pueblito histórico de Pirineos en el que los tres tipos de innovación con los que trabajo se enlazan e interactúan para garantizar la habitabilidad, la continuidad del paisaje y la conservación del patrimonio histórico.
Así, ha habido una Innovación Planificada (la que se desarrolla en forma de proyecto de acuerdo con un plan, siguiendo un camino más o menos estructurado hacia lo que se quiere conseguir) en el rol de la Administración Pública para la financiación de la rehabilitación de viviendas y su transformación en casas rurales, y en el rol de los vecinos que han liderado la rehabilitación de sus casas y han identificado tecnología que les podía ser útil en este camino, implantándola. En nuestro caso, nos alojamos en el Espantabrujas, en una buhardilla preciosa desde la que nos asomábamos al Pirineo.
Ha habido innovación Social, ya que hay un grupo muy significativo de personas que están de un modo u otro vinculadas a las casas rurales. En el caso del Espantabrujas hay un liderazgo claro de Eduardo, pero también conocimos a un primo, un cocinero que nunca llegó, una mujer que limpiaba, una camarera simpática, un montón de adolescentes civilizados que veían el partido,… Todos ellos contribuyen a que el Espantabrujas sea el que es, y los imagino como un grupo de personas que se organiza para darle una oportunidad al territorio, aprovechando los recursos que tienen para dar respuesta a una necesidad de vivir en las casas que los han visto crecer sin depender del precio del trigo, o de la cebada, o de la metereología.
Finalmente, ha habido mucha, mucha, innovación intuitiva. La de la mujer de la limpieza enseñándonos cómo poner la radio en la habitación, la de Eduardo dejándonos el jacuzzi exterior (con vistas a los Pirineos, atemperado), la de ofrecernos un desayuno personalizado para peregrinos madrugadores y la de salir a camino en coche cuando un exceso de trabajo no les permitió ofrecer el servicio que ellos habrían querido. Servicios personalizados concebidos y desarrollados en base a lo que ellos creían que pensábamos y sentíamos en cada momento.
El espítiru innovador también está en un pueblo en Pirineos, y es el que (en mi opinión) contribuye a generar destinos sostenibles pero reales. Destinos, y servicios turísticos, en los que se pone el cerebro, claro, pero también el corazón y el espíritu de equipo.
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